sábado, 11 de febrero de 2012

PÁNICO 2ªparte

Miré por la mirilla de la puerta, buscando a Carina. Podía ver cadáveres sobre charcos de un líquido espeso y granate, que eran devorados por aquellos locos de aspecto desaseado, y vecinos corriendo entre los cuerpos en dirección a sus casas. Finalmente divisé a Carina, estaba luchando por su vida en el suelo contra un ser que cerraba y abría la mandíbula como si le hubiesen dado cuerda.


Salí sin pensarlo dos veces al exterior. En el aire flotaba un olor que nunca antes había percibido. Supuse que era olor a muerte. Se oían helicópteros en la lejanía, amortiguados por los ruidos de mandíbulas devorando y gargantas tragando. Los gritos se estaban apagando, excepto los de los que estaban siendo devorados vivos. Empecé a correr como si tuviera una guindilla bajo el pantalón y, de una patada en el riñón que hubiese tenido el visto bueno de Chuck Norris, libré a Carina de su agresor, que calló al suelo a un metro de nosotros, por el impacto, y la ayudé a ponerse en pie.


-¡Corre! -dije- ¡Salgamos de aquí!


El atacante se puso en pie, torpemente, como quien se levanta del sofá después de una siesta, a pesar de que debía tener el riñón como un huevo revuelto, (por lo pronto mi pie estaba destrozado, aun estando protegido por una bota de trekking).

traté de no distraerme con aquello y salí corriendo tras Carina. Cuando ya estaba a un salto de la puerta, algo me agarró el pie y caí de bruces contra el duro asfalto. Una maldita cosa de esas, que en otro tiempo debió de ser una atractiva muchacha con el pelo castaño que ahora tenía la piel grisácea, el pelo pegajoso y enmarañado, las pupílas completamente dilatadas y trozos de carne entre los dientes, me había agarrado con la mano izquierda y se arrastraba hacia mi con la mano derecha. La  muy cabrona tenía las piernas aplastadas y aun así se movía, tratando de comerme.
Forcejeé con ella y traté de mantenerla alejada de mí usando mi brazo derecho como barrera, mientras trataba, con el otro, de coger el Luger que se me había escurrido de la mano con la caída (aún lo tuve en la mano hasta aquel momento, como si me hubiera olvidado de él). Tras varias maldiciones conseguí recuperar el arma y la puse sobre su sien.

-¡No me obligues a disparar! dije, tratando de asustarla- ¡Te juro por dios que disparo! 

Tenía el pulso como una batidora estropeada, no quería disparar, ya había matado a una mujer el día anterior, no quería repetirlo.

-¡SUÉLTAME O DISPARO!- continué, con la esperanza de que se lo creyera.
 Ignoró completamente mis palabras y me asestó una dentellada en la manga derecha. Grité, cerré los ojos y apreté el gatillo, pero en vez del habitual estruendo de un disparo, lo que sonó fue un "click".

Sin saber que hacer, volví a apretar el gatillo: "click", "click", "click". Nada. Entonces, le golpeé con todas mis fuerzas con la culata del arma, repetidamente, hasta que su cráneo emitió un escalofriante crujido y un líquido negruzco comenzó a brotar del orificio que le acababa de abrir. Como si le hubiese tocado un interruptor, noté como mi mutilado atacante hacía cada vez menos fuerza, hasta que cayó a mi lado, aún abriendo y cerrando la boca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja aquí tu comentario, si quieres, nadie te obliga. Pero, si escribes algo, ten un poco de amor propio y cuida tu ortografía.