sábado, 25 de febrero de 2012

el ojo del huracán

Estaba sentado en el sofá, tratando de asimilar lo que acababa de ocurrir. Me miré de nuevo el brazo derecho. El mordisco de aquella cosa me había dejado un admirable pellizco, y una bonita marca marrón y roja en la manga.
-¿estás bien?- me preguntó Carina, que parecía haberse tranquilizado un poco desde el ataque, hacía casi una hora- Es la quinta vez que te miras la herida.
Los gritos en el exterior habían cesado hacía un rato. Ahora sólo se oían los gruñidos de esos cabrones tragando como si no hubiera mañana.
-Aún me duele. Seguramente me saldrá un hermoso moretón, la muy desgraciada mordía con fuerza. Menos mal que no me clavó los dientes, tal y como los tenía hubiera pillado una infección de caballo.
-No me refería a eso.- contestó.
Giré la cabeza y la miré. Su mirada era penetrante, y aún se le percibía terror en sus preciosos ojos marrones. Puso una mano en mi espalda y exhalé lentamente.
-¿Y cómo quieres que esté? ya he matado a dos personas. -y tal y como estaban las cosas, algo me decía que mataría a muchas más.
-No podías hacer otra cosa, te iba a comer vivo.
Pensé un instante. Aquello era cierto, no estaba afectado por eso. Era otra cosa. Yo estaba seguro de que aquellas cosas (o al menos la muchacha mutilada) no estaban vivas, pero no quería decírselo a Carina, supongo que por miedo a que pensara que estaba loco.

De pronto, algo en el exterior llamó nuestra atención. El cadáver de Eduardo, el vecino que vivía a dos puertas de la nuestra y que había sido parcialmente devorado, empezó a sacudirse violentamente. Los pocos músculos que le quedaban empezaron a contraerse intermitentemente, 
y su boca gesticulaba emitiendo un estremecedor gruñido.
Lo mismo parecía pasar con la mayoría de los vecinos que habían muerto mientras eran devorados vivos. En aquel momento estaba más convencido que nunca de que los atacantes no estaban muertos, pero me negaba a creer que unos zombis hubiesen tomado la ciudad, éso sólo pasaba en el cine.

Estábamos tan paralizados por el miedo que, sin darse cuente, Carina rozó un vaso que había sobre la mesa de la cocina y cayó al suelo, rompiéndose con un sonoro estruendo, al que algunos de los "zombis" (los que no estaban ocupados comiéndose a más gente) parecieron reaccionar de manera instantánea.

Yo me volví rapidamente haciaa la fuente del ruido. Carina giró lentamente su cabeza y me miró a los ojos con una expresión de auténtico terror y la cara preocupantemente pálida, y me susurró algo lenta y temblorosamente:
-Vámonos de aquí

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja aquí tu comentario, si quieres, nadie te obliga. Pero, si escribes algo, ten un poco de amor propio y cuida tu ortografía.