sábado, 23 de junio de 2012

Pedro y el policía rubio, cuyo nombre aún no sabía, se quedaron examinando los cadáveres, de los cuales (por lo que pude oir después) sacaron una glock y su respectiva munición y un paquete de tabaco.
-No podemos quedarnos aquí eternamente- dijo Carlos, a mi lado-. no tenemos comida ni recipientes para guardar agua.
Miré extrañado a mi nuevo amigo, me devolvió la mirada y continuó.
-Quién sabe cuanto durara la presión de las cañerías.
-¿todos esos cubos no sirven? -pregunté, señalando a un montón de bidones  y tanques vaciós en un rincón de la zona de reparaciones.
-¿te fiarías de beber de eso que dios sabe cuantos residuos de grasa y combustible tendrán?
callé avergonzado. Si lo pensaba bien, allá a donde mirase no veía más que suciedad y contaminación. Si bien el gobierno había conseguuido promocionar con éxito la venta de coches eléctricos, la mayoría de la gente seguía conservando sus viejos vehículos "contaminantes", más potentes, resistentes, duraderos, prácticos y con mucha más autonomía que sus primos "ecológicos", feos, pequeños, peligrosos (muchos usuarios desconectaban los sistemas de ruido que tenían y la tasa de atropellos había ascendido notablemente) y tecnológicamente atrasados (por cada dos horas de viaje había que parar entre cinco y ocho para recargar las baterías, éso si no se encendía la radio), por lo que los talleres seguían teniendo casi la misma apariencia y desorden que hacía quince o diez años.

-Ahora que lo dices -interrumpió Carina -empiezo a tener hambre.
-Yo también -dije. El asco y la desgana ocurridos por el acontecimiento de la mañana estaban empezando a desaparecer y el hambre era la sensación que predominaba ahora. O quizás simplemente era que mi cuerpo necesitaba alimento con urgencia. -Creo que guardé algo de comida en el coche.

Abrí el maletero de mi recién estrenado DeLorean y urgué en su interior. Efectivamente, en una neverita había guardado un poco de embutido y un paquete de pan bimbo. Hubiera preferido pan del normal, pero el caos no había querido esperar a que abriesen las panaderías.
-Aquí tenéis- dije-: chorizo pamplona y jamón de york.
-yo tengo un termo con café y unas pocas rosquillas.-dijo Carlos- Lo que en principio iba a ser mi almuerzo.
-Cojonudo.

La comida transcurrió con tranquilidad. Más bien era la hora del desayuno, pero ninguno le dimos importancia. En contraste con unos minutos atrás, cuando parecía que el humor y el ambiete empezaba ha hacerse, en cierto modo, más llevadero, ahora estabamos en silencio y, nuevamente, tratando de asimilar todo lo ocurrido hasta aquel momento.
Por primera vez me sentí impotente, o mejor dicho, aterrado por todo lo que había ocurrido. Aterrado por el futuro peligroso e incierto. Todo lo que había había dejado atrás, y lo que me quedaba por dejar. Algo que se suponía que nunca debía ni podía pasar estaba ocurriendo. Hasta aquel momento había estado huyendo. Había sufrido miedo, claro, pero miedo a lo desconocido, a que me pasara lo mismo que, sin saber porqué, le había pasado a todos mis vecinos. Ahora era diferente. Ahora estaba aterrado por la idea de que tendría que luchar. Lo que antes era miedo a morir, ahora era miedo a seguir viviendo en aquella situación. Ahora que tenía tanto que perder y nada que ganar, me sentí como si la desesperación, la pena y el miedo librasen una violenta lucha interna. Hasta aquel momento estaba demasiado ocupado por alejarme del peligro y salvar a Carina y no me había permitido el lujo de sentir miedo. Estaba asustado, obviamente, pero no era el miedo que sentía ahora que había encontrado la seguridad que estaba buscando.
-Disculpad...

Carina se levantó de mi lado y se fue hacia el almacén con la cabeza agachada. En parte agradecido por la excusa para mantener la mente alejada de mis pensamientos, me levanté unos instantes después que mi novia y fui tras ella. Recuerdo ver de reojo como Pedro me seguía con la mirada. Cerré la puerta del cuarto al que Carina acababa de acceder y me volví hacia ella. La vi como se acercaba al coche de su padre y entraba en él. Me senté a su lado, en el asiento del piloto.
-yo solía sentarme aquí...- dijo ella- cuando tenía 12 años me senté aquí por primera vez. Solía llevarme al instituto en él. Yo me avergonzaba por tener el coche más viejo de todos.

Carina sonrió fugazmente y se secó una lagrima en su mejilla. 
-fue el primer coche de mi padre, en el 82. Siempre decía que lo cambiaría cuando se estropease. 

Se recostó en el asiento y se deslizó ligeramente hacia abajo, como solía hacer yo los domingos en el sofá. Ya no estaba llorando, pero parecía que se muriese de ganas por hacerlo.
-Sobrevivió a los dos coches que tuvo mi madre y a mi primer coche, un volkswagen con las marchas delicadas. Recuerdo como le limpiaba el motor y lo revisaba todos los meses. Cuando mi madre murió tenía yo 5 años. Estuvo casi dos años limpiándoselo cada semana. Hasta que lo superó. Recuerdo que me explicaba todos meses, después de que lo superase, paso a paso todo lo que le hacía al motor al tiempo que lo manipulaba. Me encantaba mirarle y escucharle cuando trabajaba. Me encantó descubrir que tú tenías la misma afición que él.
-Nunca me hablaste de ésto- dije.
-Nunca antes había perdido a mi padre. 

Carina me miró. Estaba asustada y sus ojos brillaban. 
-¿que está pasando?- preguntó sin dejar de mirarme a los ojos -¿porqué está pasando?
-No lo sé, Cari -contesté mientras nos abrazabamos en aquel estrecho abitáculo- Ojalá lo supiera.
-Hace mucho que no me llamas "Cari"

Tenía razón. Ese mote se me ocurrió por ser el la abrebiatura de "cariño" y también de "Carina" y me hacía gracia el juego de palabras. pero sólo lo usé durante nuestro primer año juntos. No me había dado cuenta, pero yo estaba más conmovido que ella.
Así nos qudamos un rato, ella con su cabeza apollada en me hombro mientras yo le acariciaba el pelo revuelto y despeinado y se lo pasaba por detras de la oreja.
A los diez minutos escasos salíamos de aquella habitación, bajo la atenta mirada de todos los presentes. Pedro no dejaba de mirarme, más aún que el resto de sus compañeros.
El silencio reinó en aquel taller mecánico hasta que decidimos que tendríamos que irnos. Eran cerca de las tres de la tarde. Habíamos agotado nuestra reserva de comida y queríamos irnos ahora que aún había luz y teníamos el estómago, de algún modo, satisfecho. Éso sumado al hecho de que Carina no soportaba seguir en aquel sitio cuyo olor, silencio y paisaje le traía demasiados recuerdos. Pedro se despidió de su hermana, y ésta le contestó con un efusivo abrazo.
-cuídate, por favor.- dijo Pedro 
-y tú -contestó Carina -ten cuidado.

Carina subió al DeLorean mientras yo terminaba de llenarle el tanque con  toda la gasolina que pudimos conseguir en el taller. No pudimos sacar mucha, puesto que todos los coches allí presentes eran diésel. Por suerte, el depósito del Dodge (que ahora, técnicamente, pertenecía a Carina) estaba casi lleno y nos llegó para llenar el mío. 
Al acabar, cerré la tapa del depósito y le dí las gracias a Pedro por su ayuda. No quería dárselas, pero se las merecía.
-¡Cuida de mi hermana! -Me contestó, con un tono de voz mucho más tranquilo, casi parecía una súplica.- No dejes que muera, por favor. Se que he hecho lo correcto, no me hagas que me arrepienta.

Pedro nos abrió la gran puerta de metal y salimos a la entrada de grava. Carlos nos esperaba junto a su pátrol. 
-Adios, Carlos. -dije desde la ventanilla.
-Adios- contestó -y dale ésto a tu chica.

Carlos me ofreció una palanca metálica. No era muy grande, pero pesaba bastante. La cogí y se la pasé a Carina. 
-Gracias- dijo ella.
-Yo os cubriré desde aquí, están acercándose unos cuantos.

 Metí la primera y salimos a la carretera. Tras girar a la derecha y enfilar el vehículo en dirección a Bearin, metí la segunda y aceleré a fondo, mientras veía como algunos No Muertos caían acompañados por un estruendo a nuestras espaldas. Tras meter la tercera llegamos a la entrada del pueblo. seguimos por la carretera y pasamos de largo el acceso al pueblo, rumbo a la carretera que desembocaba en una autovía. Volvíamos a estar solos Carina yo y mi coche, que me había costado varios años reunir el dinero suficiente para comprarlo. Le había propuesto a Carina irnos el Dodge, pero no quiso hacerlo. <¿Para qué?> había dicho <¿Para recordar todo lo que he perdido? de donde está no se va a mover>
En parte me decepcioné. Me hubiera gustado oír el rugido de su motor.


sábado, 16 de junio de 2012

-Apunta bien -me dijo Carlos -cuidado con el retroceso.
Con un ojo cerrado y el otro mirando a través de la mirilla del arma hacia un tambaleante cuerpo que arrastraba sus pies entre otros dos zombis (o lo que fueran) ajenos a nuestra presencia y sin ningún tipo de dirección aparente, amartillé el revolver con nerviosismo, tras la virtual y relativa seguridad de una valla de tela metálica.
Esos tres pobres desgraciados se habían acercado hacía unos minutos, pero a Pedro le pareció buena idea que aprovechase para practicar con el revólver. En el fondo lo comprendía: Lo último que quería era que a la hora de la verdad el arma fuese un estorbo (o incluso un peligro potencial) en lugar de una herramienta para ayudarme a defender a su hermana (seamos sinceros, aquella era la única razón por la que me había dado aquél arma).
 -Sobre todo no intentes preguntarte qué o quién era antes de levantarse con hambre asesina.
En cuanto me dijo aquello, me vinieron a la mente los pensamientos que Carlos acababa de decirme que ignorase: no estaba en demasiado mal estado. De hecho, si no fuese porque parecía que no se hubiese duchado en varios días, parecería una mujer normal. Llevaba puesto un uniforme elegante con una chapa sobre uno de sus pequeños y redondos pechos. Probablemente fuese ejecutiva, o igual venía de una reunión o entrevista cuando la mordieron en el cuello y murió en el acto. En cualquier caso no debía de tener muchos más años que yo. Como mucho tendría 30, aún le quedaba toda la vida por delante. Antes de morir, al menos.
-Maldita sea -dije, mientras mi mano empezaba a temblar.
Trate de desviar mis pensamientos. Me concentré en recordar las fiestas de mi pueblo durante mi infancia y parte de la adolescencia; cuando quedaba con los colegas para ir al tirapichón. Puse todos mis esfuerzos en imaginar que su cabeza era un palillo y mi revolver una carabina con la desviación del cañón compensada y, cuando creí que no podía fallar el tiro, flexioné delicadamente el dedo índice.
El arma escupió fuego al tiempo que me empujaba bruscamente hacia atrás y la cabeza de la muerta giró rápidamente hacia la izquierda, mientras su sién se convertía en un agujero y su cuerpo caía hacia adelante, como si se hubiera apagado repentinamente. Éso me llamó la atención: que cayese en dirección contraria al disparo. Un instante antes de disparar me la imaginé saliendo disparada hacia atrás con la cabeza reventada.
-¡Buen tiro!-dijo Carlos -vaya que sí...
 Quise contestar <Me lo imaginaba más difícil> pero en vez de eso balbuceé un inaudible gruñido.
-La suerte del principiante -continuó -. A ver si le das al segundo.
Repetí el proceso. Esta vez me puse un poco más nervioso al ver que los otros dos autómatas se habían alterado, y buscaban el origen del ruido desesperadamente. El eco estaba de mi parte.
Uno de ellos tropezó con el cadáver de la treinteañera sin sien derecha y cayó al suelo. El otro, probablemente atraído por el ruido sordo que acababa de hacer su compañero al caer, se detuvo repentinamente y gimió guturalmente. El gruñido me estremeció, la piel se me puso de gallina y los testículos se me recogieron rápidamente entre mis piernas.
El que había caído al suelo intentó levantarse torpemente. Por suerte para mí, el otro se había detenido justo sobre él y su cabeza se enredó entre las piernas de éste, haciéndole perder el equilibrio y ambos cayeron al suelo. Fue un espectáculo macabramente patético y cómico al mismo tiempo. Otro gruñido me estremeció.
-Calma... -me dijo al oído y con ternura Carina, que se me acaba de acercar, probablemente, al verme tan asustado y nervioso.
-Lo intento- contesté, mecánicamente.
Disparé de nuevo, pero la bala se estrelló en una farola en vez de la cabeza a la que había apuntado, lo que hizo que me pusiera más nervioso, cosa que a su vez hizo que fallase el siguiente tiro.
-¡Relájate, vaquero! -gritó Pedro en la lejanía -o no acertarás nunca.
-Apunta al cuello -Me susurró Carina -compensará el retroceso.
Esta vez me habían descubierto y se me acercaron lo suficiente para poder apuntarles mejor, aunque seguían estando a cierta distancia. No volví a fallar.
-No se te da mal del todo, chaval  -dijo Carlos.
-Apuntar y disparar -contesté -¿Qué misterio tiene?
-Tiene más cosas -contestó Carina -No se trata sólo de éso, se necesita algo más. No sé exactamente qué es. Yo no lo tengo, pero parece que tú sí.
-Has disparado alguna vez ¿o qué? -Dije
-Mi hermano es policía. Me ha llevado a campos de tiro.
-El pulso la traiciona -Añadió su hermano, mientras se me acercaba y clavaba su mirada en mí- espero que tú no lo hagas -concluyó.
Volvimos adentro mientras recargaba el revólver como me habían enseñado. Dejé caer los casquillos todavía calientes en el suelo y metí cinco pequeñas balas marrones en los huecos que habían ocupado las balas disparadas.
en total había 36 balas en la caja que me acababan de dar. Cinco de las cuales acababa de introducir en el tambor del arma. Si las empleaba bien podrían suponer 37 zombis muertos. Un cálculo algo optimista teniendo en cuenta mi experiencia. Al menos sabía disparar y tenía los medios para hacerlo. Ya era algo. La mayoría de la gente no suele tener esa... "suerte". Si bien en aquella situación era sencillo conseguir un arma, ya fuese la de un policía muerto (uno de los cuerpos que acababa de abatir lo era) o bien saqueando una armería (cosa que, de hecho ya había ocurrido, según acababa de oír por la radio del taller), no todo el mundo podía permitirse el lujo de que un profesional, por así decirlo, le enseñase los trucos para disparar bien.

miércoles, 13 de junio de 2012

Estaban a punto de dar las diez de la mañana. Tras casi dos horas en aquel taller, había decidido alejarme de Pedro y sus compañeros y había ido a la zona del almacén. Un magnífico Dodge 3700 de color verde oscuro y en bastante buen estado ocupaba discretamente una esquina de la habitación. Aquel era un hobby que compartía con mi "suegro". Yo estaba tumbado en el capó de aquella joya. Carina,  que hasta aquel momento había estado conmigo, tumbada a mi lado, acababa de salir al baño.

Ahora, a mi lado estaba Carlos, el pelirrojo que me había dado el revólver.
-éstas son mi mujer y mi hija- me contaba Carlos, mientras me enseñaba una foto en la que se podía ver una mujer de pelo castaño y  unos ojos claros que destacaban tras unas gafas sin montura, sonriendo y sujetando en brazos a una cría con dos coletas y tan pelirroja como su padre.
-Muy guapas -contesté, mientras sujetaba la foto para verla mejor.
-Ella es Raquel, tiene 2 años menos que yo y llevamos 5 casados. Haremos 6 en enero. Nuestra hija se llama Andrea, Nació a los 8 meses de la boda. Saqué esta foto el mes pasado, en la playa, cuando fuimos a Galicia de vacaciones.

Carlos se secó las lágrimas con la manga izquierda y le devolví la foto. Con una sonrisa y tratando de contener el llanto, se la guardó y prosiguió:
-Hoy es el cumpleaños de Raquel. Antes de salir anoche a trabajar, y justo antes de que ella llegase, le dejé bajo la almuada una tarjeta que le había dibujado Andrea con un mensaje que decía <Feliz 33 "Kunpleaños" MaMi>. Justo después llegó. La besé, besé en la frente a Andrea, que estaba durmiendo, y tras volver a besar a mi mujer salí a trabajar, para encontrarme de bruces con esta mierda. ¡Puto turno de noche! 
Carlos me miro, y pude distinguir un brillo de esperanza en sus ojos.
-Mi hija ya no tiene "cole" desde el lunes, y la semana de fiesta de mi mujer empezaba hoy. ¡Bendita navidad!
-¿No te preocupa que puedan salir a la calle, por el motivo que sea?
-No lo harán, el día de su cumpleaños, Andrea y yo no dejamos que Raquel se levante de la cama.
-y no te preocupa que pueda...-traté de decir, pero Carlos me interrumpió bruscamente:
-¡NO! ¡No puede ocurrir nada! ¡Mi familia estará bien! ¡¿no puedes olvidar el tema?!
Carlos alzó la cabeza y miró al Carina, que acababa de regresar y justo cerraba la puerta en aquel momento. Tras secarse una lágrima que  se deslizaba por su mejilla izquierda, suspiró y empezó a hablarme.
-Pedro me ha hablado sobre ti. Apenas le conocía, pero hoy hemos tenido mucho tiempo para hablar. Te odia. No le caes mal por el hecho de que salgas con su hermana, que también. Lo que menos soporta de ti es el que viváis juntos como novios, o sea, que no fueras a casarte con ella.
-No es que no quiera- contesté -fue mutuo acuerdo. Yo...
-tranquilo -me interrumpió -yo pensaba igual que tú: Os va bien como novios, no necesitáis que una boda demuestre que sois pareja, y encima, es más barato. Y si por lo que sea, decidís separaros, simplemente os olvidáis uno del otro. Es muy sencillo, pero mi mujer no lo entendía. Al igual que la mayoría de la gente. Por eso nos casamos.
-He sido muy criticado por eso...
-Tienes suerte de tener a alguien como ella. Más aún, tienes suerte de tenerla a tu lado.
-Soy muy afortunado. A veces pienso que demasiado. Aún sigo demasiado enamorado de ella.
-Hazme un favor -dijo -cuando salgas de aquí, dirígete a Abaigar y busca a mi familia. Diles que estoy bien y no las dejes salir a la calle hasta que yo llegue. Y si están muertas, cosa que dudo, espera a que entre y mátame antes de dejarme saber como están.  Se que serás capaz de hacerlo, he visto el video. Lo harás.
Durante un incomodísimo y eterno segundo de silencio le mire los ojos. Podía verse en ellos que hablaba en serio. No supe que decir, ¿por qué razón iba yo a ir un pueblo nada más que porque alguien a quien acababa de conocer me lo acabase de pedir? Es más: ¿por qué razón íbamos Carina y yo a salir de aquel taller, siendo, al menos aparentemente, un sitio seguro y tranquilo? Finalmente, le eché valor y pregunté lo primero que se me pasó por la garganta:
-¿Porqué quieres que te mate?
-Porque así moriré sin perder lo único que me queda: la esperanza.

sábado, 26 de mayo de 2012

Respuestas

-No dejaré que valláis al hospital- dijo Pedro a su hermana -¡no dejaré que lleves allí a mi hermana!- continuó, pero ahora me miraba a mí.
-¿Qué ocurre?- pregunté- ¿qué pasa en el hospital para que sea tan peligroso?¡¿qué sabes de esas cosas?! 
-Yo sé lo mismo que cualquiera que se halla pasado la puta noche escapando de ellas.-continuó, mirándome aún con desprecio -no hay forma de acabar con esos cabrones. ¡No están vivos!
por un instante, me alegré, no era el único que creía que no eran seres humanos. No estaba loco.
-"Esas cosas", como vosotros las llamáis, se multiplican con una velocidad sorprendente -continuó, tras tragar saliva y respirar hondo- si te muerden, estás jodido. Si te cogen... Eso es lo más jodido, si te cogen, se te echan encima y no paran de descuartizarte hasta que no te queda carne de la que alimentarse o te conviertes en uno de ellos. Como en una mala película de serie B, vuelven de la puta tumba para devorar lo que se les ponga delante. Por suerte para nosotros tres -dijo, refiriéndose a él y a los otros dos compañeros que estaban en aquel taller con nosotros- a Fede -miró a un chico rubio, seguramente entre 25 y 30 años, que examinaba curioso mi coche- se le fue un disparo a la cabeza de uno de esos locos y cayó redondo. Descubrimos cómo matarlos. Por desgracia no nos quedaban muchas balas. No las suficientes para combatir con la jauría que nos asediaba. conseguimos abrirnos paso a través de la comisaría al garaje y escapamos en nuestros patrols, los mismos que hay ahí. fuera.
-Antes de toda esta mierda estábamos teniendo un día de locos- añadió el tal Fede -la central estaba saturada de gente asustada. La cosa se empezó a torcer cuando la mitad se convirtió en "esas cosas" e infectó a la otra mitad. Es sólo cuestión de tiempo que ocurra lo mismo en los hospitales, pero más a lo bestia. o ¿Dónde os creíais que estaban enviando a todos los pobres desgraciados que son atacados y, por supuesto, mordidos?
Esa pregunta se quedó en el aire. Me levante, con la mente en blanco, me volví y entré en el pequeño baño del taller y vomité el café que me había tomado en mi casa, hacía unas dos infernales horas. Sólo por suerte no nos quedamos en la "zona segura" establecida por la guardia nacional en el recinto del hospital. ¡¿cómo pude no darme cuenta antes?! Todos los infectados serían llevados allí, y ocurriría lo mismo que en mi calle. Aunque si no hubiese vivido aquel suceso, no me hubiera creído nada de lo que me acababan de contar. De hecho, me hubiera reído en sus caras. Es increíble lo fácil que se creen las cosas disparatadas cuando explican de algún modo una reciente situación traumática.

Cuando salí de aquel maloliente cubículo, Fede y Pedro ya no estaban, mi chica estaba sentada en el capó de un mercedes, mirando al infinito. 
Otro agente, delgaducho, y pelirrojo, se me acercó por la izquierda, y me puso algo metálico y frió en la mano derecha. 
- de parte de Pedro- me dijo, y bajé la vista para examinar el regalo.
Vi en mi mano un reluciente revolver plateado, con un cañón alargado y una inscripción que decía "38 special".
- Acompáñame- dijo -Pedro quiere verte.


Le seguí a una habitación con una mesa sobre la que había un ordenador. Pedro y Fede estaban allí, mirando para la pantalla de la computadora, de cuyos altavoces salía la voz del presentador de un telediario.
-Mira, ven - me dijo Pedro, al verme -los informativos se están haciendo eco de esta mierda.
Me puse tras él y miré al monitor, en el que se veía la televisión de forma on-line.
"...Aún no se sabe qué está sucediendo,-decía el presentador - al parecer se está desatando el caos en algunas zonas del norte de la península, y parte del sur de Francia. Las líneas con las ciudades allí situadas están cortadas y no podemos establecer comunicación con nuestras sucursales, no se descarta la posibilidad de un atentado terrorista que..." 
Pedro cambió a otro canal, estaban con anuncios, por lo que puso otro, esta vez un canal local.
"..extraña ola de asesinatos en masa. No se sabe cual es la causa, pero se debate sobre un  contagioso virus que genera violencia a quien lo padece"
-y así en todos los telediarios.- dijo - En los internacionales no dicen nada.y en los locales hay una teoría deferente en cada uno, cada cual mas comercial. Pero mira este video que hay en youtube.
 
Pedro minimizó el "tdt decoder" y maximizó el internet explorer, en el cual ya tenía preparado un video, y le dio al play. En la pequeña pantalla pude ver toda la escena que había vivido aquella mañana, pero grabado desde la ventana del piso de arriba de la casa que estaba junto a la mía. Se pudo ver en primer plano (con un pésimo zoom, eso sí) el momento en que libraba a Carina de su agresor y le abría la cabeza a otro, mientras una voz decía: "¡joder, ese tío está loco!" "¡joder se lo ha cargado!".


-El video es más largo,-continuó Pedro -se ve como empieza todo hasta que al fulano se le gasta la batería del móvil, pero este trozo es lo único que han puesto en el informativo de antena 3. Aún no saben que eres tú, pero te buscan por asesinato y secuestro.
-¿Porqué me enseñas ésto? -dije, casi susurrando
-Tú no me caes bien. Nunca lo has hecho. No soportaba la idea de que salieses con mi hermana. Pero he visto lo que has hecho por ella. Casi mueres por salvarla. No me gustas, pero ella te quiere y tengo que aceptar, que darías la vida por ella. Por eso voy a ayudarte. Por eso te he dado un arma. Pero te aviso: como mi hermana muera iré a por ti.



Enviado desde mi BlackBerry de Yoigo

sábado, 5 de mayo de 2012

Contratiempos

El hospital y las calles adyacentes estaban abarrotados de coches. El sentimiento de impotencia era horrible, y trataba, por todos los medios, de serenarme. Tras varios intentos fallidos, había conseguido llamar a mis padres, pero aunque el teléfono daba señal, no lo descolgó nadie. Como si no estuviesen en casa. Durante unos instantes me temí lo peor, pero traté de tranquilizarme y me dije a mí mismo "Habrán venido también aquí".

La retención en el acceso aal hospital era desesperante. Era tan larga que decidimos ir a buscar al padre de Carina y esperar por nuestra cuenta a que las cosas se calmasen (aún creíamos que sería temporal), que aunque perdiéramos tiempo, seguramente serviría para algo.

Hice una maniobra ilegal con mi amado DeLorean (aunque me odie por ello, debo decir que la adrenalina se apoderó de mi y me divertía conduciendo aquel coche de aquel modo), y en un cruce que había junto a la gasolinera, giré a la izquierda, rumbo a un pueblo pequeño llamado Bearin, en el cual el vivía, y trabajaba, el padre de mi novia.

No llegamos a entrar en el pueblo. A mitad del camino, justo en un taller que había allí (que pertenecía desde hacía cinco años a Antonio Ruiz, mecánico y padre de mi novia) vimos aparcados un par de coches patrulla. Ambos de la polocía local.
-¡Ese es el coche de mi hermano! -dijo Carina, señalando a uno de los vehículos policiales -¡algo ha pasado, para!

En condiciones normales no hubiese hecho aquello. Al menos, no sin discutirlo. Pedro, mi "cuñado", no me caía nada bien, y aquel sentimiento era recíproco, aunque solíamos intentar disimularlo, por Carina, más que nada, por lo que deceleré, giré y entré en aquel suelo de gravilla y toqué el claxon varias veces, sólo para comprobar que había alguien vivo. Al poco rato, un hombre rubio uniformado de policía se asomó p¡a la puerta y debió de reconocer a Carina, porque nos hizo señas para que entráramos. Unos segundos después la puerta levadiza del taller se empezó a abrir y en el humbral apareció Pedro, el "Hemanito" de Carina (así era como ella le llamaba, a pesar de que él tenía 8 años más que su hermana). Una vez dentro, aparqué junto un mercedes verde que tenía el eje trasero partido y paré el motor, no sin antes comprobar el nivel de combustible: apenas quedaban 10 litros en el depósito. La luz de la reserva no tardaría en encenderse.

Cuando Carina bajó del coche, su hermano corrió a abrazarla. Luego salí yo, y cuando cerré la puerta Pedro ya estaba a mi lado, esperándome.
-Bonito coche, cuñado -Dijo- ¿en esto gastas el dinero de vuestra economía familiar?
-Llevo toda la vida ahorrando para comprarlo, en realidad el dinero de la economía doméstica desaparece en los impuestos con los que, supuestamente, el gobierno paga tu sueldo.

Tras gruñir entre dientes, miró a su hermana  y mudó su espresión por otra que no pude distinguir bien.
-Me alegro de veros,-dijo- pero no deberíais estar aquí, sino con los soldados ¿no habéis oido la radio?
-Venimos a buscar a papá,-contestó carina- pero al ver tu coche patrulla nos asustamos y paramos a comprobar qué ocurre.

la expresión de Pedro volvió a cambiar, estga vez a una especie de mmueca de disgusto.
-Papá...ya...bueno...¡Ejem!-balbuceó Pedro
-¿qué ocurre?
Pedro puso una mano en el hombro de su hermana y le ofreció un poco de agua.
-Digamos que ya no hace falta que sigais hacia el pueblo.-dijo y guardó unos segundos de silencio- Ha muerto...
-¡NO!
-Lo siento -dijo Pedro- llegó aquí con una mordedura en el brazo.
Ahora está con mamá. Me llamó para que viniera, no quiso que le dejara convertirse en una de esas cosas. Me quitó la pistola y voló la tapa de los sesos.
-¿Porqué no me llamó a mi?-preguntó ella.
-lo hizo, pero no daba señal. -dijo Mientras avanzaba hacia un armario metálico-Dejó esto para ti.

Pedro sacó del armario una pequeña caja alargada de madera y se la dio a su hermana. Ésta la abrió y dejó ver un collar de plata, con una especie de concha a modo de colgante.
-E... el collar de mamá...-dijo carina, mientras una lágrima resbalaba por su mejilla-Papá...

Ella se volvió y me abrazó, llorando desconsoladamente. Quise decirle algo, pero no supe el qué, no se me daban bien las palabras, por lo que le di unas palmadas en la espalda. Pedro contemplaba la escena con cierto tono de amargura en su rostro.

sábado, 14 de abril de 2012

LA CIUDAD FANTASMA

La atmósfera estaba cargada con un extraño y desagradable olor a carne quemada. Una gigantesca columna de humo proveniente de la autovía cubría gran parte del cielo. Unos momentos antes un helicóptero de antena 3 descendía girando sobre sí mismo violentamente hasta estrellarse contra la transitada autovía A-12. Lo habíamos visto parcialmente desde el atasco en el que nos encontrábamos, los detalles los habíamos oído por la radio.
La retención era enorme. Al parecer, la guardia nacional había cortado el acceso a la rotonda de la calle Carlos VII, o ése era el rumor que circulaba entre los conductores que habían salido de sus vehículos para tomar el aire. Increíblemente, aún había gente que no se había enterado, todavía, de que el mundo se estaba yendo por el sumidero.

De vez en cuando se oían disparos de armas automáticas en la lejanía, amortiguados por las bocinas, gritos e insultos provenientes de conductores cuya paciencia no deba para más. Ya hacía rato que había parado el motor del DeLorean, puesto que apenas quedaban 15 litros de gasolina en el depósito, y no quería malgastarlos en aquella retención. De vez en cuando, algún coche desistía y volvía por donde había venido, por lo que avanzábamos unos metros y como la calle era cuesta abajo, soltaba el freno y avanzábamos sin necesidad de arrancar.
En uno de esos avances, vislumbré el carril de aceleración para salir del viejo centro comercial "Simpli", y aunque era dirección contraria, enfilé el coche en él y bajamos hasta el parcking, desde el que accedimos a una pequeña rampa de tierra que daba a un caminillo "de paseo" que solía ser frecuentado por peregrinos, aquella era una maniobra ilegal, pero no creí que importara demasiado.

A través del camino de santiago (por la acera) llegamos a la rotonda en la que supuestamente había un control militar. Lo único que había era una improvisada barricada y muchos coches abandonados, cuyos dueños habían decidido seguir a pie, o se habían convertido en una de aquellas abominaciones. Metí la primera y pusimos rumbo al hospital, donde se suponía que iba a haber un "punto seguro". Nada más enfilé el coche en el asfalto, vi por el retrovisor que mi improvisado atajo se estaba haciendo popular entre los conductores. Alguna vez me he preguntado si los que me imitaron consiguieron salvarse, o les llevé a una muerte horrible y dolorosa.

Tras atravesar la calle Fray Diego y atravesar la rotonda, los infectados empezaban a ser cada vez más numerosos. La mayoría estaban a medio-mutilar y con la ropa de calle, pero había algunos que estaban "más enteros", los cuales llevaban poco más que una bata, ropa interior o incluso estaban desnudos. Las esperanzas de volver a quedar con los amigos o incluso de dormir dos veces en una misma cama desaparecieron casi instantáneamente cuando dejé atrás la estación de autobuses y atravesamos una nueva rotonda. Ante mi se encontraba la calle en la que me crié, habitada por deambulantes de hombros caídos, en la que todavía vivían mis padres. aminoré y miré por la ventana hacia arriba, con la esperanza de ver signos de vida su piso. El portal estaba abierto y rebosante de "esas cosas". Carina se dio cuenta y me puso una mano en el hombro.
-Déjame tu móvil- dije - necesito saber cómo están.

domingo, 25 de marzo de 2012

Carretera al Infierno

Hacía casi tres horas que nuestro mundo se había empezado a ir a la mierda, y casi media desde que Carina y yo abandonamos -probablemente para siempre- nuestra casa, arrollando a un cadáver durante la huida. Estábamos parados en un escampado para meditar nuestra situación mientras yo arreglaba un pinchazo en una de las ruedas traseras.
-¿y qué hacemos ahora?- preguntó Carina -¿adónde vamos?
-Al punto de evacuación de ésos que decían por la tele.- contesté mientras me peleaba con las tuercas de la rueda- Con el ejército estaremos seguros.


Carina pareció calmarse un poco con aquella respuesta, aunque lo cierto es que no llegué a fijarme, estaba demasiado ocupado intentando aflojar la rueda. Aunque no tardó en volver a hablar:
-Dónde estamos?
-En la pista de motocross privada abandonada, cerca de Ayegui.

Al cabo de un cuarto de hora la rueda de recambio ya estaba puesta. Y nosotros, tras examinar el terreno en busca de alguna cosa útil, reanudamos la marcha. Conduje lentamente hasta la carretera que había al lado y descendimos la cuesta hasta Ayegui, deseando encontrar vida humana allí. Por desgracia, en aquel pueblo habían corrido la misma suerte que nuestros vecinos, o peor, pues había bastante más población:

Los gritos de dolor y el sonido de un enjambre de disparos se mezclaban y formaban un macabro y estremecedor concierto que se agravaba con la sensación de impotencia y el miedo. Deseando alejarme de aquello todo lo posible y cuanto antes, empujé unos centímetros el pedal del acelerador. El hecho de abandonar a su suerte a cualquier persona a la que hubiera podido salvar hacía que me odiase a mí mismo, aún así, maldije por lo bajo cuando tres vehículos accidentados me obligaron a decelerar.

Metí la primera y subí medio coche a la acera, durante unos instantes desvié mi atención hacia el siniestro. Un jeep militar ardía medio volcado aplastado entre un muro y un opel astra. Un furgón blindado de Proseguir volcado completaba la escena a escasos tres metros de los otros dos coches. De repente, unos golpes en la ventanilla del copiloto me devolvieron de golpe a la realidad:
-¡Socorro!- decía una mujer, al otro lado del cristal -¡AYUDADME, POR FAVOR!

No nos dio tiempo ni a reaccionar, antes de que hubiera podido hacer nada por aquella mujer, una cosa de ésas, un tipo alto y delgado, con un brazo, literalmente, colgando, la agarró por el cuello y le asestó una dentellada en la cara, arrancándole el rostro de cuajo.

-¡¡ACELERA, JODER!!- Me gritó Carina, mientras la mujer sin rostro, que seguía pidiéndonos ayuda, era devorada a escasos centímetros de su ventana.

No nos sorprendió ver un soldado gastando sus últimas balas contra un enjambre de aquellos caníbales, lo que sí que lo hizo fue ver que esos cabrones no morían aunque las balas les atravesaran el pecho, aunque de vez en cuando les estallaba la cabeza y caían inertes al suelo.

Por primera vez en mi vida, sentí que no volvería a despertarme por la mañana. 

sábado, 3 de marzo de 2012

HUIDA

Las "cosas ésas" se amontonaban en la entrada y cargaban violentamente contra la puerta. Cada vez que uno de aquellos cabrones terminaba de comer se levantaba, se dirigía a la puerta y se unía a la marea "no humana", al igual que los cadáveres de los vecinos que resucitaban. La puerta soportaba una presión mayor a cada minuto. El pestillo se doblaba peligrosamente y las bisagras crujían. La cerradura convencional aguantaría perfectamente aquella presión, pero era electromagnética y se había desactivado con el apagón.

yo estaba en el garaje, cargando el equipaje en el DeLorean. Carina, que había subido a por su chaqueta (tenía dentro toda su documentación), entró en aquel momento.

-¡¿Qué haces?!- dijo al verme cargarlo todo en mi coche- ¿¡no pensarás que vamos a ir en éso?!
-¿y en dónde quieres que vallamos? te recuerdo que tu coche es eléctrico y no tiene batería.
-¡Pero si lo puse anoche a cargar!
-Sí, pero al estar enchufado cuando el apagón, se ha descargado.

Un sonoro estruendo indicó que el pestillo acababa de saltar disparado. La puerta se abrió de golpe y un montón de "esas cosas" cayeron al suelo del recibidor, mientras el resto entraba en manada. Tras dar un grito (que indicó nuestra posición a esos desgraciados) cerré la puerta y la atranqué con una silla. Cerré el maletero, cogí una bolsa con magdalenas y la dejé entre los pies de Carina mientras yo subía en el coche.

-Toma- dije -Ponte el cinturón.

Aterrado, giré la llave del contacto (que la tenía puesta) y recé para que arrancase pronto, pues hacía casi un mes que no lo ponía en marcha. Al segundo intento, el motor rugió y arrancó entre toses. Una negra nube de humo empezaba a cubrir todo el garaje.

-¿Qué pretendes?- dijo Carina, con una expresión de terror en su rostro.
-No hay electricidad.
Cuando el motor dejó de sonar a sufrimiento, metí la marcha atrás y aceleré bruscamente, destrozando la puerta levadiza del garaje. Cientos de trozos de plástico y fibra de vidrio cayeron sobre el capó al atravesar la puerta. Tras pasar sobre algo que sonó como si se estrujase una botella de agua,
metí la primera y enfilé el vehículo en la calzada, rumbo al "punto seguro" más cercano, mientras veía alejarse mi casa por el retrovisor, entre una escombrera de huesos.

Al poco tiempo encontramos la causa del apagón: un cable de alta tensión estaba derribado sobre un autobús en llamas. Cerca del accidente se apreciaban marcas de la oruga de un tanque, completamente en línea recta desde el sembrado que había a un lado del asfalto hasta las viñas que había al otro. Atravesando diagonalmente la carretera. No se apreciaban marcas de frenado de ningún tipo. Parecía como si el bus hubiera sido embestido por el tanque, y hubiese salido despedido contra el poste eléctrico. No había ningún cuerpo cerca. Debía de ir casi vacío.

Al pasar junto a la columna de fuego nos pareció distinguir una mochila de Bob Esponja cubierta de sangre. No pude contener una lágrima que cayó directamente desde mi ojo y se estrelló en mi pierna derecha.

sábado, 25 de febrero de 2012

el ojo del huracán

Estaba sentado en el sofá, tratando de asimilar lo que acababa de ocurrir. Me miré de nuevo el brazo derecho. El mordisco de aquella cosa me había dejado un admirable pellizco, y una bonita marca marrón y roja en la manga.
-¿estás bien?- me preguntó Carina, que parecía haberse tranquilizado un poco desde el ataque, hacía casi una hora- Es la quinta vez que te miras la herida.
Los gritos en el exterior habían cesado hacía un rato. Ahora sólo se oían los gruñidos de esos cabrones tragando como si no hubiera mañana.
-Aún me duele. Seguramente me saldrá un hermoso moretón, la muy desgraciada mordía con fuerza. Menos mal que no me clavó los dientes, tal y como los tenía hubiera pillado una infección de caballo.
-No me refería a eso.- contestó.
Giré la cabeza y la miré. Su mirada era penetrante, y aún se le percibía terror en sus preciosos ojos marrones. Puso una mano en mi espalda y exhalé lentamente.
-¿Y cómo quieres que esté? ya he matado a dos personas. -y tal y como estaban las cosas, algo me decía que mataría a muchas más.
-No podías hacer otra cosa, te iba a comer vivo.
Pensé un instante. Aquello era cierto, no estaba afectado por eso. Era otra cosa. Yo estaba seguro de que aquellas cosas (o al menos la muchacha mutilada) no estaban vivas, pero no quería decírselo a Carina, supongo que por miedo a que pensara que estaba loco.

De pronto, algo en el exterior llamó nuestra atención. El cadáver de Eduardo, el vecino que vivía a dos puertas de la nuestra y que había sido parcialmente devorado, empezó a sacudirse violentamente. Los pocos músculos que le quedaban empezaron a contraerse intermitentemente, 
y su boca gesticulaba emitiendo un estremecedor gruñido.
Lo mismo parecía pasar con la mayoría de los vecinos que habían muerto mientras eran devorados vivos. En aquel momento estaba más convencido que nunca de que los atacantes no estaban muertos, pero me negaba a creer que unos zombis hubiesen tomado la ciudad, éso sólo pasaba en el cine.

Estábamos tan paralizados por el miedo que, sin darse cuente, Carina rozó un vaso que había sobre la mesa de la cocina y cayó al suelo, rompiéndose con un sonoro estruendo, al que algunos de los "zombis" (los que no estaban ocupados comiéndose a más gente) parecieron reaccionar de manera instantánea.

Yo me volví rapidamente haciaa la fuente del ruido. Carina giró lentamente su cabeza y me miró a los ojos con una expresión de auténtico terror y la cara preocupantemente pálida, y me susurró algo lenta y temblorosamente:
-Vámonos de aquí

sábado, 11 de febrero de 2012

PÁNICO 2ªparte

Miré por la mirilla de la puerta, buscando a Carina. Podía ver cadáveres sobre charcos de un líquido espeso y granate, que eran devorados por aquellos locos de aspecto desaseado, y vecinos corriendo entre los cuerpos en dirección a sus casas. Finalmente divisé a Carina, estaba luchando por su vida en el suelo contra un ser que cerraba y abría la mandíbula como si le hubiesen dado cuerda.


Salí sin pensarlo dos veces al exterior. En el aire flotaba un olor que nunca antes había percibido. Supuse que era olor a muerte. Se oían helicópteros en la lejanía, amortiguados por los ruidos de mandíbulas devorando y gargantas tragando. Los gritos se estaban apagando, excepto los de los que estaban siendo devorados vivos. Empecé a correr como si tuviera una guindilla bajo el pantalón y, de una patada en el riñón que hubiese tenido el visto bueno de Chuck Norris, libré a Carina de su agresor, que calló al suelo a un metro de nosotros, por el impacto, y la ayudé a ponerse en pie.


-¡Corre! -dije- ¡Salgamos de aquí!


El atacante se puso en pie, torpemente, como quien se levanta del sofá después de una siesta, a pesar de que debía tener el riñón como un huevo revuelto, (por lo pronto mi pie estaba destrozado, aun estando protegido por una bota de trekking).

traté de no distraerme con aquello y salí corriendo tras Carina. Cuando ya estaba a un salto de la puerta, algo me agarró el pie y caí de bruces contra el duro asfalto. Una maldita cosa de esas, que en otro tiempo debió de ser una atractiva muchacha con el pelo castaño que ahora tenía la piel grisácea, el pelo pegajoso y enmarañado, las pupílas completamente dilatadas y trozos de carne entre los dientes, me había agarrado con la mano izquierda y se arrastraba hacia mi con la mano derecha. La  muy cabrona tenía las piernas aplastadas y aun así se movía, tratando de comerme.
Forcejeé con ella y traté de mantenerla alejada de mí usando mi brazo derecho como barrera, mientras trataba, con el otro, de coger el Luger que se me había escurrido de la mano con la caída (aún lo tuve en la mano hasta aquel momento, como si me hubiera olvidado de él). Tras varias maldiciones conseguí recuperar el arma y la puse sobre su sien.

-¡No me obligues a disparar! dije, tratando de asustarla- ¡Te juro por dios que disparo! 

Tenía el pulso como una batidora estropeada, no quería disparar, ya había matado a una mujer el día anterior, no quería repetirlo.

-¡SUÉLTAME O DISPARO!- continué, con la esperanza de que se lo creyera.
 Ignoró completamente mis palabras y me asestó una dentellada en la manga derecha. Grité, cerré los ojos y apreté el gatillo, pero en vez del habitual estruendo de un disparo, lo que sonó fue un "click".

Sin saber que hacer, volví a apretar el gatillo: "click", "click", "click". Nada. Entonces, le golpeé con todas mis fuerzas con la culata del arma, repetidamente, hasta que su cráneo emitió un escalofriante crujido y un líquido negruzco comenzó a brotar del orificio que le acababa de abrir. Como si le hubiese tocado un interruptor, noté como mi mutilado atacante hacía cada vez menos fuerza, hasta que cayó a mi lado, aún abriendo y cerrando la boca.

sábado, 4 de febrero de 2012

PÁNICO

Algo estaba llamando a la puerta. Algo no humano. Mi instinto me decía que aquello que llamaba era peligroso. Los golpes rápidamente se contagiaron a las ventanas. Por suerte, las persianas estaban echadas.

Me alejé de la puerta subiendo las escaleras. Aún sabiendo que era imposible que aquellas cosas la derribaran, pues era una puerta blindada (de las pocas en aquella urbanización que tenían cerrojo), pero la distancia me hacía sentir más seguro.
-¿puedo preguntar por qué razón vamos a ir a los puntos seguros? -preguntó Carina- ni siquiera sabemos de qué escapamos.
-¿No has oído que se va a instaurar la ley marcial? creo que lo mejor es estar con los soldados. Además, con tal de alejarnos de la mierda que está pasando aquí...- No terminé la frase. Desde la ventana del dormitorio me pareció ver un tanque atravesando un descampado en dirección a la ciudad, tras el que avanzaba un grupo de personas tambaleándose. Carina y yo nos miramos sin creernos lo que acabábamos de ver. Me hubiera gustado saber de dónde había salido aquel mastodonte de acero, porque estaba convencido de que no había una base militar cerca, mucho menos en aquella dirección.

Cuando el estruendo del tanque dejó de oírse, nos dimos cuenta de que los golpes de la puerta habían cesado. Bajé corriendo y miré por la mirilla. Un tambaleante cartero arrastraba su bolsa y sus pies por la carretera, en la dirección en la que se había ido el tanque.

Comprobé que algunos vecinos se habían asomado para ver qué pasaba, por lo que me sumé a la curiosidad vecinal y salí a la calle. No hacía demasiado frío para ser una mañana de diciembre.

-¿Qué carajo está pasando?- decía alguien- ¿porqué acaba de pasar un tanque por mi jardín? ¿y porqué se ha ido la luz?
-¿alguien sabe qué eran esos estallidos de hace un rato? parecían disparos- se oía por el otro lado. 
-¡Dios mío, han matado a Cristina!- decía otro vecino, que se había colado en casa de Aitor, seguramente, al encontrarla abierta.

Fue ese mismo individuo, el que se había colado en casa de Aitor, el que me vio el Luger en la mano y el cadáver de aitor en mi recibidor.
-¡La madre que me parió!-dijo, mirándome - ¡¿HAS SIDO TÚ?!
-¿qué?-dije y miré el Luger de mi mano y el cadáver en mi puerta- ¡NO!. ¡ha...ha sido él, y luego se suicidó!
-¡es cierto!- se entrometió Javier, el vecino que vivía al lado de Aitor, en su rostro podía verse la misma expresión de pánico que tenía Carina- Recuerdo oír el disparo tras una discusión y luego ver cómo se suicidaba bajo el marco de su puerta.

No recuerdo muy bien cómo sucedió, pero de repente se escuchó un desgarrador chillido y, al volvernos, descubrimos horrorizados que parte de la muchedumbre que había salido tras el tanque estaba tratando de comerse una vecina, una mujer que yo no conocía demasiado. Cuando me quise dar cuenta el pánico había cundido y yo me encontraba corriendo hacia mi portal.
Cerré de un portazo. Instintivamente corrí escaleras arriba, buscando a mi novia. Comprobé horrorizado que no estaba en la casa. 

sábado, 28 de enero de 2012

DOMICILIO: Oscuridad

Carina, que había visto toda la escena de Aitor, estaba sentada en el sofá, temblando y con una tila en la mano, al borde de un ataque de nervios. Tenía en la cara restos del craneo de Aitor. 
Yo, en cambio, no estaba tan afectado. Al parecer, como ya había visto morir a una mujer (por culpa mía) la tarde anterior, una segunda muerte no me afectaba tanto. Había oido alguna vez que una vez que matas a una persona por primera vez, ya no te cuesta nada volver a matar; al parecer, era cierto. 

Seguía sin poder llamar, de modo que desisití y encendí la tele, a ver si pillaba un telediario y decían por qué los teléfonos no funcionaban. con la intención de tratar de llamar de nuevo unos minutos después.

En la pequeña pantalla apareció el presidente del gobierno, diciendo que iba a implantar la ley marcial, y rogando a la población que no saliera de sus casas. Al poco rato se fue y ocupó su sitio un tipo alto vestido con el uniforme de las fuerzas armadas, y justo cuando se disponía a hablar, la tele se apagó. Al igual que todos los aparatos eléctricos de la casa.


-¿Qué ha ocurrido?- dijo Carina, desde el sofá- ¿han saltado los plomos?
-no.- dije, mientras me miraba por la ventana- Las farolas también se han apagado. Esto es algo más gordo. 
-¿Una avería? ¿Que puede ser sino?
-voy a por una linterna.


Era incapaz de creerme lo que acababa de ocurrir. En pleno siglo XXI, con la energía de fusión nuclear recientemente conseguida a nivel industrial, acababa de ocurrir lo impensable: un apagón. No veía uno desde que tenía 16 años.
Bajé de nuevo al garaje y, palpando con las manos, encontré la linterna y la encendí.
Cuando volví al salón Carina había encendido una radio a pilas. En todas las emisoras se hacían eco de la situación.

<...ertos por toda la zona interior y exterior. Las autoridades han informado  de ataques de canivalismo a lo largo de toda la ciudad. En todos ellos los atacantes eran gente  cercana a las víctimas. Rogamos que no salgan de sus casas y permanezcan a la espera de más noticias>


-Dicen lo mismo en todos los canales- Dijo Carina, mientras buscaba otra emisora en el dial- No creo que vaya a venir nadie a por Aitor.

<...siéramos hacer un llamamiento a la población para decirles que el ejército está preparando en estos momentos unos perímetros de seguridad, la mayoría cerca del hospital, llamados "zonas seguras", para proteger más fácilmente a los ciudadanos de esta nueva amenaza. Alrededor de las 11 de la mañana serán llevadas a cabo las evacuaciones hacia dichas zonas.>

-¿Has oído éso?- dijo Carina- ¡vienen a por nosotros! ¡hay que preparar algo de equipaje!


Dicho éso, subió escaleras arriba. Yo la seguí, para ponerme algo de ropa. Una vez vestido, bajé a la cocina a prepararme un café, pues tenía el estómago vacío. 
En aquel momento un terrorífico gemido sonó en el exterior, seguido por un golpe en la puerta, todavía manchada de sangre y masa encefálica.
Rápidamente, como por actoreflejo, llevé la mano al Luger, no con intención de disparar, sino por la sensación de seguridad que daba el estar armado, y apunté a la puerta.
-¿Qui...quién es?- pregunté.
Por respuesta lo único que obtuve fue otro gemido aún mayor, seguido de un arrastrar de pies, más golpes en la puerta y muchos gruñidos más. Ya no era uno solo el que golpeaba la puerta. Había muchos más.

sábado, 21 de enero de 2012

DOMICILIO: Miedo

Aquella noche no pude dormir, a pesar de estar agotado. No paraba de darle vueltas a lo ocurrido hacía unas horas. Estaba sudando. Carina dormía a mi lado, su largo y oscuro pelo moreno se fundía con la oscuridad de la noche.


Salí de la cama, me puse un albornoz a modo de bata y bajé al salón, con la intención de ver un rato la tele. A las dos de la mañana.
En penumbra, me senté en el sofá y encendí la vieja televisión de tubo que sustituía la recientemente rota pantalla plana. Zapeé una rato, hasta que me di por vencido y la volví a apagar. 50 canales digitales y sólo emitían telebasura en HD.



Decidí ir al garaje a seguir restaurando el DeLorean, iluminándome con una linterna y con el sonido de la radio haciéndome compañía.



Había comprado aquel coche 3 años atrás, desde entonces estaba restaurándolo con la intención de exponerlo en una feria anual de antigüedades de Estella, una ciudad ubicada a 15 minutos en coche de la urbanización en la que vivía. Carina nunca entendió por qué lo había hecho, aunque en el fondo, yo sabía que le gustaba.

A la mañana siguiente Carina Bajó al garaje, estaba alteradísima y parecía muy asustada.

-¿qué ocurre? - pregunté preocupado.
-Ha... hay tres cadáveres en mitad de la calle.- dijo fría, tartamudeando y mirando al infinito- son nuestros vecinos de al lado. ¡Nu...Nuestros vecinos han muerto delante de nuestra casa!
-¡¿QUÉ?!

Era incapaz de creerlo. Aunque, hacía una o dos horas habían dicho por la radio algo sobre una ola de caos y violencia en varias ciudades, pero me había parecido una exageración mediática.

-¡SUS CADAVERES ESTÁN EN MITAD DE LA CARRETERA!

El estruendo de un disparo nos sobresaltó. Me dirigí a la ventana, para comprobar qué pasaba. Pude ver a través del cristal a uno de los vecinos corriendo hacia nuestra casa, con algo negro y humeante en la mano izquierda. Segundos después sonó el timbre de la puerta. Carina se quedó pretificada. Lo mismo pasó conmigo.

No sabía qué hacer. Un hombre armado estaba llamando a mi puerta. Desde luego, no quería abrirle.

-¡AYUDA!- se oía al otro lado de la puerta- ¡ABRIDME, POR FAVOR!
Dudando y asustado, abrí la puerta. Mi vecino Aitor, que tenía una tienda de antigüedades en la ciudad, apareció al otro  lado, con un Luger humeante en la mano izquierda. Nada más verme me abrazó con efusividad, llorando.
-¡Gracias a dios! - dijo- ¡tienes que ayudarme!
-¿has disparado tú? -dije.
-¡he...he disparado a mi mujer!- dijo, sudando y llorando, histérico- ¡ha intentado comerme! ¡Me ha atacado! ¡no quería hacerlo! NO QUERÍA HACERLO!
-¡Dios mio!, ¡¿la has matado?! ¿está muerta?
-¡YO NO QUERÍA HACERLO! ¿ME OYES? ¡HA SIDO UN ACIDENTE!- dijo, con un ataque de histeria cada vez mayor- ¡Tenía la pistola sobre la mesa, no recordaba que estaba cargada!
-¡EH!-grité, tratando de hacerme oír- ¡CÁLMATE, CÁLMATE, ¿VALE?!
- Dios... Cristina, lo siento mucho, perdóname...-dijo, elevando lentamente su mano izquierda- Te quiero...

El cañón de su arma estaba a la altura de su sien.

-¡NO!-grité, pero ya era tarde, en ese mismo instante, Aitor apretó el gatillo y su masa encefálica salpicó todo el vestíbulo.

domingo, 15 de enero de 2012

DOMICILIO: Llegada.

Llamé a Carina, mi novia, para que me viniera a buscar. Apareció con su coche poco después.

-¿Qué ha ocurrido? - preguntó al bajar del coche -¿estás bien? parecías alterado por teléfono.

No le contesté, simplemente me limité a mirarla, en silencio. Acababa de matar a una mujer y ví cómo se llevaban, moribundo, a mi mejor amigo.


-¿sábes qué le pasa a tu coche? - preguntó élla, sin haber parado siquiera el motor del suyo, un Peugeot azul del 2016, aunque con sus luces encendidas, no se le podía distinguir el color, ni el rostro de Carina.


-Se le ha quemado el motor de arranque...-conteste, sin dejar de mirar mis botas, tán oscuras como el neumático de tractor en el que estaba sentado.
-¿qué le ha pasado a Pablo? -dijo mientras se me acercaba-¡¿de quíen es la sangre de tu chaqueta?!
-no qiero hablar de ello ahora, mejor te lo cuento por el camino...
-¿qué hacemos con el coche?
-No lo se...


Cogí la caja con las piezas y me subí al coche de mi pareja. No me gustaba nada aquel coche, no me gustaban los coches modernos en generar, pero aquél se llevaba la palma.


Cuando llegamos a nuestra casa debían de ser las ocho de la noche, Carina aparcó en el garaje. Bajé del coche, dejé la caja sobre el capó de el DeLorean, y entré en mi casa.
Era una bonita vivienda, en una urbanización alejada de el mundo y la ciudad. No hice ni quitarme la chaqueta. Me tiré sobre el sofá y cerré los ojos. Por mi mente pasaron un millar de pensamientos, cada cual más bestia y macabro que el anterior, hasta que escuché un portazo y, de golpe, volví a la realidad. Carina, que acababa de entrar, me miró preocupada. No me había fijado antes, pero llevaba la chaqueta que le había regalado cuando nos conocimos, sobre un jersey verde y unos largos pantalones negros. Su expresión era penetrante.


-¿vas a llamar a tu jefe, para decir que mañana no irás a trabajar?-preguntó Carina.
-¿qué? ¿quién dice que mañana no vaya a ir a trabajar?- pregunté extrañado, lo único que quería era distraerme, y concentrarme en el trabajo me parecía una estupenda distracción.
-¡Ah!-dijo ella- pensé que tras lo ocurrido te cogerías un par de días de baja, para relajarte y asumir lo ocurrido.
-Pues no. Lo que necesito es distrerme. Mañana estaré mejor y podré ir a trabajar.
aquello no era cierto, el futuro me preparaba una distracción mejor, mucho mejor: El fin del mundo.

miércoles, 4 de enero de 2012

Capítulo 2: Visita

La ambulancia tardó cerca de 15 minutos en llegar, los cuales se me hicieron eternos. Cuando por fin llegó, los sanitarios fueron a por Pablo, que parecía que aún respiraba. La atacante, sin embargo, estaba muerta. "Traumatismo craneoencefálico" me parecio oirle decir a uno de los médicos, mientras escribía el informe.

-¿Cómo está? - pregunté al otro médico - ¿se pondrá bien?
-Ha perdido mucha sangre - contestó -sin embargo, todavía tiene pulso. Aunque, si le soy sincero, dudo que llegue al hospital, me sorprende que siga con nosotros. Pero le prometo que haremos todo cuanto podamos.

Salí afuera, cuando, de pronto, un coche de la Policía Local aparcó junto a la ambulancia. De él salieron dos agentes: uno alto con cara de haberle estropeado la hora del café, y su compañero, más bajito y con aspecto de novato.
-¿Es usted el que ha llamado? - preguntó el novato.
-Así es - dije.
-¿Dónde está el lugar de los hechos?
-En el almacén, la puerta de la izquierda entrando en la oficina.
Entraron al almacén.
-Espere aquí - me ordenó el novato.
 
Al rato volvieron y me hicieron todo tipo de preguntas, como en una película policiaca. Me preguntaron de todo, y yo trataba de contestar lo mejor que podía, pues estaba alteradísimo y muy asustado.

-vale. - dijo el novato - Entonces, según usted, actuó en defensa propia, ¿puede demostrarlo?
-S...sí, sí, creo que sí - contesté tras pensar rápidamente - creo que hay una cámara de seguridad en cada esquina del almacén - pausé un poco para secarme con la manga el sudor de la frente - es muy probable que esté todo grabado y archivado en el ordenador de la oficina.
- De acuerdo, pero tendrá que acompañarnos a comisaría.
-¿Cómo? -contesté - No puedo, tengo que madrugar mañana y...
-Tranquilo José - dijo el alto a su compañero - Ya nos ha dicho todo lo que sabe y nos ha cedido las pruebas, no hace falta que nos lo llevemos, además, - y me miró a mí - tú eres Marcos, el cuñado de Pedro, ¿verdad?
-Sí..., así es.
- Bueno, - dijo el novato - no es necesario que nos acompañe, pero ándese con ojo.

Cogieron el ordenador de la oficina y, tras cargarlo en el coche patrulla, se marcharon.

Yo me monté en mi coche y cerré los ojos unos instantes. Vivir con la hermana de un policía me acababa de ahorrar un mal trago. Traté de poner en marcha el coche, pero tras darle al contacto escuché un estruendo bajo el capó. El coche no arrancaba.
-¡Perfecto! - maldije.

domingo, 1 de enero de 2012

Capítulo 1: DESGUACE

Todo comenzó en diciembre de 2020. Yo volvía a casa del trabajo cuando paré en un desguace que había cerca, quería comprobar si ya habían llegado unas piezas que había encargado la semana anterior. Bajé del coche, un Renault familiar de 2007, de color rojo y la puerta del copiloto arrugada, entré a la oficina y toqué el timbre.
-¿Hola? - pregunté - ¿Pablo?
-¿Qué? - contestó mientras entraba por la puerta del almacén
-Hola Pablo - le dije mientras me quitaba las gafas de sol – ¿Han llegado ya las piezas que te pedí?
-Sí, - contestó - ahora mismo me las acaban de dejar. Eran el cuentakilómetros y un faro para un DeLorean DMC-12, de 1981, ¿No?
-Correcto. - contesté.
-Ya debes de tenerlo acabado, ¿no? llevas tres años pidiéndome piezas.
-Creo que éste es el último encargo.
-Y pensar que nunca creí que llegases a acabarlo...
-Mándame la factura por correo, que ahora no tengo para pagarte - le dije mientras cogía una tarjeta en la mesa de la oficina - ¿Tienes un boli?
-Sí, toma - me ofreció un bolígrafo BIC medio roto.
-Gracias. - le dije mientras escribía en el lado en blanco de la tarjeta mi dirección de correo electrónico - Toma, puedes mandármela a esta dirección, si quieres.
-Vale, pero recuerda que solo lo hago porque eres tú, que si no... - decía mientras entraba al almacén.
Yo me quedé en la oficina a esperarle.
Conocía a Pablo de toda la vida, fuimos al mismo colegio, y al acabar el instituto él estudió mecánica en una FP, yo hice el bachillerato (con bastante dificultad, todo hay que decirlo) y al acabarlo fui a estudiar realización en un grado superior de imagen y sonido, aun así, manteníamos el contacto hasta entonces.
-Aquí está. - dijo mientras salía del almacén con una caja de cartón, de unos 40X60cm - ¿sabes instalarlas tú, o te las instalo yo? - Dijo con una enorme sonrisa burlona.
-No hace falta, - contesté, con risa burlona también - creo que Podré hacerlo yo, ¡Adiós y gracias!
-¡Cuídate! - me dijo
Quién iba a imaginar que aquella iba a ser la última palabra que que oiría de su boca...
-¡Descuida! - sonreí.
Salí de la oficina de aquel desguace y me dirigí al parcking,. Introduje la llave en la cerradura del maletero y la giré, dejé con cuidado la caja en una esquina y cerré la puerta. Volví a introducir la llave en la cerradura y abrí el coche, (Hubiera usado el mando, pero no tenía pilas) entré dentro y me puse el cinturón, fui a arrancar el coche cuando recordé que me había dejado las gafas de sol en aquella oficina.
Salí del coche y en ese momento escuché un grito, era un grito de dolor, fui corriendo a la oficina y me la encontré vacía.
-¡¡AAAAAGH!! - un segundo grito, venía del almacén.
Miré a mi alrededor y vi una tubería de cobre, de esas para el gas, la cogí y entré en el almacén.
-¿Pablo? - grité - ¿¡¡PABLO!!? - Nadie me contestaba.
Miré al suelo y vi un charco de sangre y unas pisadas, seguí el rastro de las huellas y encontré a Pablo, inerte, en el suelo sobre un río de sangre. Había sido atacado y yo no pude hacer nada, tenía un enorme mordisco en el cuello, cerca del hombro derecho y otro en el brazo del mismo lado, metí la mano al bolsillo buscando mi móvil, cuando de repente alguien se abalanzó sobre mi y caímos al suelo, la tubería rodó varios metros. El atacante era (o al menos parecía) una mujer, de entre 30 y 40 años, toda empapada en sangre y su pelo enredado tapaba gran parte de su cara. Yo luchaba tratando de zafarme y ponerme en pie, y ella trataba de morderme. Al final, sólo dios sabe como, conseguí zafarme y le arreé una patada en el estómago, pero no pareció notarla, de modo que corrí hacia la tubería y la cogí, ella se puso en pie y avanzó lentamente hacia mi, yo le golpeé con la tubería. Por el impacto retrocedió, chocó contra una estantería llena de motores, haciéndola temblar peligrosamente, y uno de ellos le cayó encima.