sábado, 16 de junio de 2012

-Apunta bien -me dijo Carlos -cuidado con el retroceso.
Con un ojo cerrado y el otro mirando a través de la mirilla del arma hacia un tambaleante cuerpo que arrastraba sus pies entre otros dos zombis (o lo que fueran) ajenos a nuestra presencia y sin ningún tipo de dirección aparente, amartillé el revolver con nerviosismo, tras la virtual y relativa seguridad de una valla de tela metálica.
Esos tres pobres desgraciados se habían acercado hacía unos minutos, pero a Pedro le pareció buena idea que aprovechase para practicar con el revólver. En el fondo lo comprendía: Lo último que quería era que a la hora de la verdad el arma fuese un estorbo (o incluso un peligro potencial) en lugar de una herramienta para ayudarme a defender a su hermana (seamos sinceros, aquella era la única razón por la que me había dado aquél arma).
 -Sobre todo no intentes preguntarte qué o quién era antes de levantarse con hambre asesina.
En cuanto me dijo aquello, me vinieron a la mente los pensamientos que Carlos acababa de decirme que ignorase: no estaba en demasiado mal estado. De hecho, si no fuese porque parecía que no se hubiese duchado en varios días, parecería una mujer normal. Llevaba puesto un uniforme elegante con una chapa sobre uno de sus pequeños y redondos pechos. Probablemente fuese ejecutiva, o igual venía de una reunión o entrevista cuando la mordieron en el cuello y murió en el acto. En cualquier caso no debía de tener muchos más años que yo. Como mucho tendría 30, aún le quedaba toda la vida por delante. Antes de morir, al menos.
-Maldita sea -dije, mientras mi mano empezaba a temblar.
Trate de desviar mis pensamientos. Me concentré en recordar las fiestas de mi pueblo durante mi infancia y parte de la adolescencia; cuando quedaba con los colegas para ir al tirapichón. Puse todos mis esfuerzos en imaginar que su cabeza era un palillo y mi revolver una carabina con la desviación del cañón compensada y, cuando creí que no podía fallar el tiro, flexioné delicadamente el dedo índice.
El arma escupió fuego al tiempo que me empujaba bruscamente hacia atrás y la cabeza de la muerta giró rápidamente hacia la izquierda, mientras su sién se convertía en un agujero y su cuerpo caía hacia adelante, como si se hubiera apagado repentinamente. Éso me llamó la atención: que cayese en dirección contraria al disparo. Un instante antes de disparar me la imaginé saliendo disparada hacia atrás con la cabeza reventada.
-¡Buen tiro!-dijo Carlos -vaya que sí...
 Quise contestar <Me lo imaginaba más difícil> pero en vez de eso balbuceé un inaudible gruñido.
-La suerte del principiante -continuó -. A ver si le das al segundo.
Repetí el proceso. Esta vez me puse un poco más nervioso al ver que los otros dos autómatas se habían alterado, y buscaban el origen del ruido desesperadamente. El eco estaba de mi parte.
Uno de ellos tropezó con el cadáver de la treinteañera sin sien derecha y cayó al suelo. El otro, probablemente atraído por el ruido sordo que acababa de hacer su compañero al caer, se detuvo repentinamente y gimió guturalmente. El gruñido me estremeció, la piel se me puso de gallina y los testículos se me recogieron rápidamente entre mis piernas.
El que había caído al suelo intentó levantarse torpemente. Por suerte para mí, el otro se había detenido justo sobre él y su cabeza se enredó entre las piernas de éste, haciéndole perder el equilibrio y ambos cayeron al suelo. Fue un espectáculo macabramente patético y cómico al mismo tiempo. Otro gruñido me estremeció.
-Calma... -me dijo al oído y con ternura Carina, que se me acaba de acercar, probablemente, al verme tan asustado y nervioso.
-Lo intento- contesté, mecánicamente.
Disparé de nuevo, pero la bala se estrelló en una farola en vez de la cabeza a la que había apuntado, lo que hizo que me pusiera más nervioso, cosa que a su vez hizo que fallase el siguiente tiro.
-¡Relájate, vaquero! -gritó Pedro en la lejanía -o no acertarás nunca.
-Apunta al cuello -Me susurró Carina -compensará el retroceso.
Esta vez me habían descubierto y se me acercaron lo suficiente para poder apuntarles mejor, aunque seguían estando a cierta distancia. No volví a fallar.
-No se te da mal del todo, chaval  -dijo Carlos.
-Apuntar y disparar -contesté -¿Qué misterio tiene?
-Tiene más cosas -contestó Carina -No se trata sólo de éso, se necesita algo más. No sé exactamente qué es. Yo no lo tengo, pero parece que tú sí.
-Has disparado alguna vez ¿o qué? -Dije
-Mi hermano es policía. Me ha llevado a campos de tiro.
-El pulso la traiciona -Añadió su hermano, mientras se me acercaba y clavaba su mirada en mí- espero que tú no lo hagas -concluyó.
Volvimos adentro mientras recargaba el revólver como me habían enseñado. Dejé caer los casquillos todavía calientes en el suelo y metí cinco pequeñas balas marrones en los huecos que habían ocupado las balas disparadas.
en total había 36 balas en la caja que me acababan de dar. Cinco de las cuales acababa de introducir en el tambor del arma. Si las empleaba bien podrían suponer 37 zombis muertos. Un cálculo algo optimista teniendo en cuenta mi experiencia. Al menos sabía disparar y tenía los medios para hacerlo. Ya era algo. La mayoría de la gente no suele tener esa... "suerte". Si bien en aquella situación era sencillo conseguir un arma, ya fuese la de un policía muerto (uno de los cuerpos que acababa de abatir lo era) o bien saqueando una armería (cosa que, de hecho ya había ocurrido, según acababa de oír por la radio del taller), no todo el mundo podía permitirse el lujo de que un profesional, por así decirlo, le enseñase los trucos para disparar bien.

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