sábado, 23 de junio de 2012

Pedro y el policía rubio, cuyo nombre aún no sabía, se quedaron examinando los cadáveres, de los cuales (por lo que pude oir después) sacaron una glock y su respectiva munición y un paquete de tabaco.
-No podemos quedarnos aquí eternamente- dijo Carlos, a mi lado-. no tenemos comida ni recipientes para guardar agua.
Miré extrañado a mi nuevo amigo, me devolvió la mirada y continuó.
-Quién sabe cuanto durara la presión de las cañerías.
-¿todos esos cubos no sirven? -pregunté, señalando a un montón de bidones  y tanques vaciós en un rincón de la zona de reparaciones.
-¿te fiarías de beber de eso que dios sabe cuantos residuos de grasa y combustible tendrán?
callé avergonzado. Si lo pensaba bien, allá a donde mirase no veía más que suciedad y contaminación. Si bien el gobierno había conseguuido promocionar con éxito la venta de coches eléctricos, la mayoría de la gente seguía conservando sus viejos vehículos "contaminantes", más potentes, resistentes, duraderos, prácticos y con mucha más autonomía que sus primos "ecológicos", feos, pequeños, peligrosos (muchos usuarios desconectaban los sistemas de ruido que tenían y la tasa de atropellos había ascendido notablemente) y tecnológicamente atrasados (por cada dos horas de viaje había que parar entre cinco y ocho para recargar las baterías, éso si no se encendía la radio), por lo que los talleres seguían teniendo casi la misma apariencia y desorden que hacía quince o diez años.

-Ahora que lo dices -interrumpió Carina -empiezo a tener hambre.
-Yo también -dije. El asco y la desgana ocurridos por el acontecimiento de la mañana estaban empezando a desaparecer y el hambre era la sensación que predominaba ahora. O quizás simplemente era que mi cuerpo necesitaba alimento con urgencia. -Creo que guardé algo de comida en el coche.

Abrí el maletero de mi recién estrenado DeLorean y urgué en su interior. Efectivamente, en una neverita había guardado un poco de embutido y un paquete de pan bimbo. Hubiera preferido pan del normal, pero el caos no había querido esperar a que abriesen las panaderías.
-Aquí tenéis- dije-: chorizo pamplona y jamón de york.
-yo tengo un termo con café y unas pocas rosquillas.-dijo Carlos- Lo que en principio iba a ser mi almuerzo.
-Cojonudo.

La comida transcurrió con tranquilidad. Más bien era la hora del desayuno, pero ninguno le dimos importancia. En contraste con unos minutos atrás, cuando parecía que el humor y el ambiete empezaba ha hacerse, en cierto modo, más llevadero, ahora estabamos en silencio y, nuevamente, tratando de asimilar todo lo ocurrido hasta aquel momento.
Por primera vez me sentí impotente, o mejor dicho, aterrado por todo lo que había ocurrido. Aterrado por el futuro peligroso e incierto. Todo lo que había había dejado atrás, y lo que me quedaba por dejar. Algo que se suponía que nunca debía ni podía pasar estaba ocurriendo. Hasta aquel momento había estado huyendo. Había sufrido miedo, claro, pero miedo a lo desconocido, a que me pasara lo mismo que, sin saber porqué, le había pasado a todos mis vecinos. Ahora era diferente. Ahora estaba aterrado por la idea de que tendría que luchar. Lo que antes era miedo a morir, ahora era miedo a seguir viviendo en aquella situación. Ahora que tenía tanto que perder y nada que ganar, me sentí como si la desesperación, la pena y el miedo librasen una violenta lucha interna. Hasta aquel momento estaba demasiado ocupado por alejarme del peligro y salvar a Carina y no me había permitido el lujo de sentir miedo. Estaba asustado, obviamente, pero no era el miedo que sentía ahora que había encontrado la seguridad que estaba buscando.
-Disculpad...

Carina se levantó de mi lado y se fue hacia el almacén con la cabeza agachada. En parte agradecido por la excusa para mantener la mente alejada de mis pensamientos, me levanté unos instantes después que mi novia y fui tras ella. Recuerdo ver de reojo como Pedro me seguía con la mirada. Cerré la puerta del cuarto al que Carina acababa de acceder y me volví hacia ella. La vi como se acercaba al coche de su padre y entraba en él. Me senté a su lado, en el asiento del piloto.
-yo solía sentarme aquí...- dijo ella- cuando tenía 12 años me senté aquí por primera vez. Solía llevarme al instituto en él. Yo me avergonzaba por tener el coche más viejo de todos.

Carina sonrió fugazmente y se secó una lagrima en su mejilla. 
-fue el primer coche de mi padre, en el 82. Siempre decía que lo cambiaría cuando se estropease. 

Se recostó en el asiento y se deslizó ligeramente hacia abajo, como solía hacer yo los domingos en el sofá. Ya no estaba llorando, pero parecía que se muriese de ganas por hacerlo.
-Sobrevivió a los dos coches que tuvo mi madre y a mi primer coche, un volkswagen con las marchas delicadas. Recuerdo como le limpiaba el motor y lo revisaba todos los meses. Cuando mi madre murió tenía yo 5 años. Estuvo casi dos años limpiándoselo cada semana. Hasta que lo superó. Recuerdo que me explicaba todos meses, después de que lo superase, paso a paso todo lo que le hacía al motor al tiempo que lo manipulaba. Me encantaba mirarle y escucharle cuando trabajaba. Me encantó descubrir que tú tenías la misma afición que él.
-Nunca me hablaste de ésto- dije.
-Nunca antes había perdido a mi padre. 

Carina me miró. Estaba asustada y sus ojos brillaban. 
-¿que está pasando?- preguntó sin dejar de mirarme a los ojos -¿porqué está pasando?
-No lo sé, Cari -contesté mientras nos abrazabamos en aquel estrecho abitáculo- Ojalá lo supiera.
-Hace mucho que no me llamas "Cari"

Tenía razón. Ese mote se me ocurrió por ser el la abrebiatura de "cariño" y también de "Carina" y me hacía gracia el juego de palabras. pero sólo lo usé durante nuestro primer año juntos. No me había dado cuenta, pero yo estaba más conmovido que ella.
Así nos qudamos un rato, ella con su cabeza apollada en me hombro mientras yo le acariciaba el pelo revuelto y despeinado y se lo pasaba por detras de la oreja.
A los diez minutos escasos salíamos de aquella habitación, bajo la atenta mirada de todos los presentes. Pedro no dejaba de mirarme, más aún que el resto de sus compañeros.
El silencio reinó en aquel taller mecánico hasta que decidimos que tendríamos que irnos. Eran cerca de las tres de la tarde. Habíamos agotado nuestra reserva de comida y queríamos irnos ahora que aún había luz y teníamos el estómago, de algún modo, satisfecho. Éso sumado al hecho de que Carina no soportaba seguir en aquel sitio cuyo olor, silencio y paisaje le traía demasiados recuerdos. Pedro se despidió de su hermana, y ésta le contestó con un efusivo abrazo.
-cuídate, por favor.- dijo Pedro 
-y tú -contestó Carina -ten cuidado.

Carina subió al DeLorean mientras yo terminaba de llenarle el tanque con  toda la gasolina que pudimos conseguir en el taller. No pudimos sacar mucha, puesto que todos los coches allí presentes eran diésel. Por suerte, el depósito del Dodge (que ahora, técnicamente, pertenecía a Carina) estaba casi lleno y nos llegó para llenar el mío. 
Al acabar, cerré la tapa del depósito y le dí las gracias a Pedro por su ayuda. No quería dárselas, pero se las merecía.
-¡Cuida de mi hermana! -Me contestó, con un tono de voz mucho más tranquilo, casi parecía una súplica.- No dejes que muera, por favor. Se que he hecho lo correcto, no me hagas que me arrepienta.

Pedro nos abrió la gran puerta de metal y salimos a la entrada de grava. Carlos nos esperaba junto a su pátrol. 
-Adios, Carlos. -dije desde la ventanilla.
-Adios- contestó -y dale ésto a tu chica.

Carlos me ofreció una palanca metálica. No era muy grande, pero pesaba bastante. La cogí y se la pasé a Carina. 
-Gracias- dijo ella.
-Yo os cubriré desde aquí, están acercándose unos cuantos.

 Metí la primera y salimos a la carretera. Tras girar a la derecha y enfilar el vehículo en dirección a Bearin, metí la segunda y aceleré a fondo, mientras veía como algunos No Muertos caían acompañados por un estruendo a nuestras espaldas. Tras meter la tercera llegamos a la entrada del pueblo. seguimos por la carretera y pasamos de largo el acceso al pueblo, rumbo a la carretera que desembocaba en una autovía. Volvíamos a estar solos Carina yo y mi coche, que me había costado varios años reunir el dinero suficiente para comprarlo. Le había propuesto a Carina irnos el Dodge, pero no quiso hacerlo. <¿Para qué?> había dicho <¿Para recordar todo lo que he perdido? de donde está no se va a mover>
En parte me decepcioné. Me hubiera gustado oír el rugido de su motor.


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