sábado, 5 de mayo de 2012

Contratiempos

El hospital y las calles adyacentes estaban abarrotados de coches. El sentimiento de impotencia era horrible, y trataba, por todos los medios, de serenarme. Tras varios intentos fallidos, había conseguido llamar a mis padres, pero aunque el teléfono daba señal, no lo descolgó nadie. Como si no estuviesen en casa. Durante unos instantes me temí lo peor, pero traté de tranquilizarme y me dije a mí mismo "Habrán venido también aquí".

La retención en el acceso aal hospital era desesperante. Era tan larga que decidimos ir a buscar al padre de Carina y esperar por nuestra cuenta a que las cosas se calmasen (aún creíamos que sería temporal), que aunque perdiéramos tiempo, seguramente serviría para algo.

Hice una maniobra ilegal con mi amado DeLorean (aunque me odie por ello, debo decir que la adrenalina se apoderó de mi y me divertía conduciendo aquel coche de aquel modo), y en un cruce que había junto a la gasolinera, giré a la izquierda, rumbo a un pueblo pequeño llamado Bearin, en el cual el vivía, y trabajaba, el padre de mi novia.

No llegamos a entrar en el pueblo. A mitad del camino, justo en un taller que había allí (que pertenecía desde hacía cinco años a Antonio Ruiz, mecánico y padre de mi novia) vimos aparcados un par de coches patrulla. Ambos de la polocía local.
-¡Ese es el coche de mi hermano! -dijo Carina, señalando a uno de los vehículos policiales -¡algo ha pasado, para!

En condiciones normales no hubiese hecho aquello. Al menos, no sin discutirlo. Pedro, mi "cuñado", no me caía nada bien, y aquel sentimiento era recíproco, aunque solíamos intentar disimularlo, por Carina, más que nada, por lo que deceleré, giré y entré en aquel suelo de gravilla y toqué el claxon varias veces, sólo para comprobar que había alguien vivo. Al poco rato, un hombre rubio uniformado de policía se asomó p¡a la puerta y debió de reconocer a Carina, porque nos hizo señas para que entráramos. Unos segundos después la puerta levadiza del taller se empezó a abrir y en el humbral apareció Pedro, el "Hemanito" de Carina (así era como ella le llamaba, a pesar de que él tenía 8 años más que su hermana). Una vez dentro, aparqué junto un mercedes verde que tenía el eje trasero partido y paré el motor, no sin antes comprobar el nivel de combustible: apenas quedaban 10 litros en el depósito. La luz de la reserva no tardaría en encenderse.

Cuando Carina bajó del coche, su hermano corrió a abrazarla. Luego salí yo, y cuando cerré la puerta Pedro ya estaba a mi lado, esperándome.
-Bonito coche, cuñado -Dijo- ¿en esto gastas el dinero de vuestra economía familiar?
-Llevo toda la vida ahorrando para comprarlo, en realidad el dinero de la economía doméstica desaparece en los impuestos con los que, supuestamente, el gobierno paga tu sueldo.

Tras gruñir entre dientes, miró a su hermana  y mudó su espresión por otra que no pude distinguir bien.
-Me alegro de veros,-dijo- pero no deberíais estar aquí, sino con los soldados ¿no habéis oido la radio?
-Venimos a buscar a papá,-contestó carina- pero al ver tu coche patrulla nos asustamos y paramos a comprobar qué ocurre.

la expresión de Pedro volvió a cambiar, estga vez a una especie de mmueca de disgusto.
-Papá...ya...bueno...¡Ejem!-balbuceó Pedro
-¿qué ocurre?
Pedro puso una mano en el hombro de su hermana y le ofreció un poco de agua.
-Digamos que ya no hace falta que sigais hacia el pueblo.-dijo y guardó unos segundos de silencio- Ha muerto...
-¡NO!
-Lo siento -dijo Pedro- llegó aquí con una mordedura en el brazo.
Ahora está con mamá. Me llamó para que viniera, no quiso que le dejara convertirse en una de esas cosas. Me quitó la pistola y voló la tapa de los sesos.
-¿Porqué no me llamó a mi?-preguntó ella.
-lo hizo, pero no daba señal. -dijo Mientras avanzaba hacia un armario metálico-Dejó esto para ti.

Pedro sacó del armario una pequeña caja alargada de madera y se la dio a su hermana. Ésta la abrió y dejó ver un collar de plata, con una especie de concha a modo de colgante.
-E... el collar de mamá...-dijo carina, mientras una lágrima resbalaba por su mejilla-Papá...

Ella se volvió y me abrazó, llorando desconsoladamente. Quise decirle algo, pero no supe el qué, no se me daban bien las palabras, por lo que le di unas palmadas en la espalda. Pedro contemplaba la escena con cierto tono de amargura en su rostro.

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